En el crepúsculo de agosto, un nublado cielo entre azul y gris presagia una inminente lluvia. La ciudad contiene la respiración, expectante. De pronto, como pinceladas de sol en un lienzo urbano, decenas de pájaros amarillos descienden y se posan sobre una maraña de cables. Sus doradas plumas contrastan vívidamente con el sombrío telón de fondo, creando una sinfonía visual de naturaleza y artificio. Las delicadas aves se balancean graciosamente sobre la red eléctrica, transformando el confuso entramado en una insólita percha. Por un instante fugaz, la monotonía citadina se disuelve y el mundano tendido eléctrico se convierte en un improvisado árbol de la vida, floreciendo con vibrantes notas de color en medio de la tarde gris de provincia.
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