Notas sobre las notas
Breve historia de las notas a los programas de mano de los conciertos y sus artífices.
No basta con que el artista esté bien preparado para el público, también es preciso que el público esté preparado para lo que va a oír.
Pierre Baillot (1771-1842)
¿Cómo se logra adquirir cultura musical? ¿Cómo se cultiva un público? Escuchar música ha sido uno de los mayores placeres y entretenimientos humanos desde hace unos cuantos siglos. No obstante, la “historia de la escucha” no ha permanecido estática; los cambios culturales, tecnológicos y sociales han incidido en su configuración. La creación de grandes salas de concierto en la Europa de principios del siglo xix determinó un tipo de acceso a la música creando públicos específicos. La invención del fonógrafo de Edison en 1877 dio lugar a la multimillonaria industria del disco que comenzó en 1902 con la edición del primer álbum de acetato, una grabación del cantante Enrico Caruso (1873-1921). Para que alguien se interese en el mundo de la música, debe existir algún elemento de esta que atrape su atención, más allá de los pirotécnicos espectáculos actuales. Nos pueden emocionar y hacer vibrar ritmos que interiorizamos y bailamos, golpes persistentes o flexibles que marcan la pauta de variadísimas construcciones sonoras. O bien podemos ser sensibles a innumerables melodías que nos impregnan con un aroma recordado azarosamente mediante silbidos o canturreos; la conjunción de varias melodías entrelaza texturas sonoras que nuestro oído, en mayor o menor medida, puede saborear. En el caso de los oyentes experimentados, el flechazo sonoro puede venir de esas estructuras de sonidos, sobre las que se elaboran tantos juegos llamados armonías. Para el compositor neoyorquino Aaron Copland, todos escuchamos en tres planos distintos: un plano sensual, otro expresivo y uno puramente musical; en su libro Cómo escuchar la música (1939), encontramos respecto al primero que: