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La Pasión según Bach: una ofrenda sonora

Música y palabra: hacia un análisis musical muy otro

Cuando era un adolescente, y estudiante de guitarra clásica, y empezaba a ir a la orquesta al Teatro del Estado, me habrá tocado asistir a dos o tres charlas. Pero debo admitir, con vergüenza, que no recuerdo ni quién las dio ni de qué trataron; y que seguramente me aburrí entonces.

Cuando me di cuenta que había otras maneras de apreciar la música aumento bastante mi interés. Ni como joven estudiante de guitarra encontré ese tipo de placer. Y bastante de esto se lo debo a mi amigo Guillermo Cuevas, con quien colaboré armando charlas sobre música y literatura. Entonces aprendí que en la apreciación musical puede haber emociones más complejas, más excitantes.

Pero ahora vengo no solo a reproducir ideas de otros sino a proponer. Porque escribiendo sobre música me siento muy bien, es un tema que desata mi imaginación ensayística. Es un medio donde me siento cómodo. Pero algo falta.

Antier me dio alegría escuchar a una amiga, a quien respeto como lectora, que esta es la primera de mis notas que logra atraparla. Cuando pensé en ello me di cuenta que se debía a que la escribí con una cierta incomodidad, porque quería hacer sentir al lector algo de la admiración inmensa que me provoca Bach, como a tantos melómanos. Me incomodaba no saber cómo hacerle. No sé si lo logré pero que sirva esta charla para que quede más claro.

Las pasiones, en términos emocionales, además de intensas y arrebatadoras, son fundamentalmente subjetivas. Lo que apasiona a uno puede aburrir a otro. El título que escogí para esta charla tiene truco. Por el contexto del concierto es fácil deducir que me refiero a la “pasión” de Cristo y a un subgénero musical, una forma. Pero también pensaba en la pasión de Bach por la música y en el regalo que dejó a la humanidad, con ella.

Y ¿cómo hablar de una obra musical como la de Bach?

Tal vez desde el relato histórico, de cuándo, dónde, cómo y por qué fue compuesta.

Quizá desde el punto de vista sociológico, en el que me formé.

O podría rastrear algunas líneas de debate musicológico: que si hay varias versiones, que si hay una modernidad sonora en ella, etcétera.

Lo que seguramente no haría es un análisis técnico musical, porque no tengo la formación y porque es un enfoque que considero demasiado restrictivo, solo útil para quienes sepan leer música o quienes estén indagando técnicamente en ella.

Los últimos 7 años de escribir para la Orquesta notas al programa, o publicar ensayos sobre música de diversos géneros, he adoptado alguno o varios de los primeros tres enfoques. Y me sentía cómodo porque me interesan las tres disciplinas. Pero algo faltaba, ningún enfoque lograba satisfacer o explicar lo que realmente me interesa de la música.

Diseño de los programas de mano: Sinsuni Velasco

Entonces, investigando y escuchando para escribir sobre esta obra, descubrí un patrón. Y los patrones son importantes en la música, como en matemáticas y ajedrez. Recordemos que solo en esas tres áreas existen los niños genio, y tiene que ver con cómo asimilan los patrones.

Tanto Mozart como Bach son compositores fundamentales en sus tradiciones: clasicismo y barroco. Y los dos utilizaron técnicas narrativas, en la manera de empalmar la música con las palabras; técnicas que provienen de la ópera.

Si tomamos como inicio de la ópera a Dafne de Peri, en 1598, entonces la ópera llevaba existiendo (con las características que le conocemos) 126 años cuando Bach compuso La Pasión según San Juan y 193 cuando Mozart su Requiem.

Tanto en noviembre pasado como hoy, estamos ante música religiosa. Una misa de difuntos que es lo que es el Requiem, y un oratorio dramático que es esta Pasión de Bach.

Ese patrón de las técnicas operísticas al servicio de la fe, me emocionó en noviembre y me emociona más ahora en abril. Porque un detalle así es el tipo de cosa que me apasiona de la música, no por sí mismo sino por lo que explica, son como llaves que abren otras puertas de la apreciación musical.

Les quiero compartir unas palabras del compositor inglés Howard Goodall:

Si esperas que tu congregación tenga fe en un hombre resucitado, en un nacimiento virginal, en una multitud de milagros totalmente inverosímiles o en la transferencia corporal de Dios a una hostia comestible, necesitarás efectos especiales más potentes bajo la manga que un hombre agitando incienso. La música, un arte abstracto y elusivo que desarma las defensas emocionales y nos satura de sentimiento y confusión, es casi lo único que nos queda para transmitir un misterio majestuoso y perturbador.

Palabras que pueden herir susceptibilidades religiosas, pero muy sugerentes, las de Goodall. Nos recuerda justo la función de la música sacra en aquellos tiempos.

En esta imagen, generada con Inteligencia Artificial, por qué no, aludo un poco al tema de lo cinematográfico que ya veremos, y a cómo podemos ver a Bach y a Mozart como unos hackers musicales de su época.

Si pensamos en Bach y Mozart como hackers musicales, estaríamos reconociendo su genio para manipular creativamente los sistemas establecidos de su tiempo, en su caso los sistemas musicales.

Si vemos a Bach como hacker, podríamos señalar que:

  • Llevó el contrapunto a niveles que nadie creía posibles, como quien encuentra vulnerabilidades en un código fuente.

  • Compuso en las 24 tonalidades cuando todos decían que era teóricamente "imposible" por los problemas de afinación (De ahí el Clave bien Temperado)

  • Metió drama operístico en la iglesia luterana

  • Escondía acertijos y su nombre en la música; literalmente firmaba el código

Y Mozart como hacker:

  • Mezcló categorías sociales en sus óperas como quien rompe jerarquías de acceso

  • Experimentó con armonías que sonaban "incorrectas" según las reglas de su tiempo

  • Se rebeló contra el sistema de patronazgo buscando ser "freelance" cuando todos eran “empleados"

  • Convirtió el solemne Requiem en una experiencia casi cinematográfica

Ambos conocían tan profundamente "el sistema operativo musical" de su época que podían encontrar sus grietas y expandir sus posibilidades, exactamente como hacen los hackers: dominando las reglas para luego reinventarlas.

La charla anterior les pedía que se imaginaran en la Viena del siglo XVIII, una ciudad melómana y donde todas las instituciones musicales que damos por sentado hoy, ya existían allí. Y Mozart muriendo. Y apurado por terminar el Requiem, ese misterioso encargo del que se ha escrito y fantaseado tanto.

Les señalaba que lo que hizo Mozart fue tomar una tradición musical de siglos (las misas de difuntos) y la revolucionó, al combinarla con técnicas operísticas. Y el resultado fue una obra que no solo cumplía con su función religiosa sino también lograba algo extraordinario: convertir nuestro miedo a la muerte en una experiencia estética, trascendental.

Eso lo hizo Mozart en 1791, en su último año de vida, a los 35 años de edad.

Y escribiendo para la obra de hoy me doy cuenta que Bach, a sus 39 años, hizo lo mismo que Mozart pero 67 años antes.

Entonces me vi en la dificultad de cómo abordar el texto para la nota. Terminó siendo un ensayo sobre la fe de Bach, su oficio de Cantor y el uso de recursos operísticos en su oratorio, la primera de sus pasiones. Dejé fuera muchas ideas sobre la relación de la imprenta y la música, sobre la rebeldía y valentía de Martin Lutero, y tantos otros filones que les invito a rastrear después de leer el texto y, si quieren, con el enfoque que les propongo aquí.

A me gustó cómo quedó la nota, seguía faltando algo para mí. No pude explicar con detalle, nada de esa llave maestra que es la similitud en Bach y Mozart del uso de técnicas operísticas en la música sacra.

Pero de aquella ocasión del Requiem a esta de La Pasión, aprendí algo. Otra manera de indagar lo que me interesa en la música y de comunicar esos hallazgos.

Piensen en su película favorita, o alguna que les haya emocionado profundamente. ¿Recuerdan la música? A menos que haya sido una muda, las películas generalmente atrapan la mitad de nuestra atención con los sonidos y la música, con los soundtrack’s y las bandas sonoras.

Si pensamos en la canción As Time Goes By de Herman Hupfeld en Casablanca, o en la música de Morricone para Cinema Paradiso o en la de Angelo Badalamenti para Twin Peaks, o en el ejemplo que más les conmueva… estamos escuchando también un legado. Uno del que ahora sé que Bach también participó, en noviembre pasado les conté cómo lo hizo Mozart. Y en varias de mis notas he apuntado cómo hicieron lo mismo Beethoven y Wagner. Y ahí hay un patrón.

Estos cuatro compositores fueron fundamentales en la tradición de unir música con palabra. En hacer narrar a la música. Otro hallazgo nada casual. Cada uno dialogaba con la herencia anterior, directa o indirectamente.

En las notas de la Pasión dejo claro que las primeras óperas, de principios del siglo XVI, influyeron en Bach—estaba al tanto de lo que componía Vivaldi, por ejemplo—conocía la ópera y sus recursos. Los utilizó frecuentemente en sus más de 200 cantatas. Pero la música de Bach no tenía como destino el teatro, el espectáculo, sino la Iglesia. Su música sacra también tiene mucho de didáctico para quien sepa prestarle atención. Una especie de catequesis musical.

Las técnicas para hacer narrar con elocuencia a la música siguieron evolucionando en la ópera. Un género que dominó los periodos Clasicismo y el Romanticismo, donde Mozart, Beethoven y Wagner fueron cimientos innegables.

Si me pongo a pensar en esos términos, de legados, genealogías, herencias, y a escuchar comparativamente lo de nuestra época con lo de antes… encuentro otro tipo de placer melómano. Tal vez no más culto, pero sí más atento a lo que escucho.

Entonces, aprendí que esta manera de escuchar, más dirigida, más cercana a nuestros contextos, nos pueden dar otro tipo de información, una que tal vez los historiadores, musicólogos o sociólogos convencionales no vean. Porque están enfrascados en sus líneas de trabajo y los propios debates de sus disciplinas.

Pero nosotros queremos apreciar mejor, no escribir ensayos académicos sobre nuestras experiencias musicales.

Entonces mi propuesta e invitación es explorar estos puntos cuando escuchen música:

  • Escuchar lo que más nos guste o interpele preguntándonos de dónde surgió: esos riffs de guitarra eléctrica de Jimi Hendrix qué antecedentes tiene?, esas voces lastimeras como las de Tom Waits, Chavela Vargas, Billie Holiday, Edith Piaf… qué orígenes lejanos tendrán? Cuál es el origen o la función de las canciones de amor a lo largo de nuestra historia, sabiendo que las nociones de amor han sido cambiantes, etcétera, etcétera. Una escucha atenta y curiosa. Isaac Asimov dijo una vez que la frase más emocionante de escuchar en la ciencia no es ¡Eureka! Sino “Qué curioso…”

  • Sumergirnos en el contexto de las piezas que escuchemos: ¿qué es una pasión en religión y en música? ¿En qué consiste la tradición luterana a la que pertenecía Bach y cómo valoraban la música? Son un par de preguntas que me hice y cuyas respuestas encontrarán en sus programas de mano. No caer en la ilusión de que una obra se puede entender solo por la obra misma, el contexto siempre es determinante.

  • Las épocas de cada estilo, de cada género, compárenlas. ¿Cómo era el contexto en el que Bach compuso su primera pasión, cómo y dónde la escuchamos ahora? Eso lo sugiero en la nota pero tuve que dejar fuera la reflexión por espacio. Pero esas obras eran pensadas para espacios arquitectónicos específicos, Bach, como muchos de sus predecesores, tomaban en cuenta la reverberación de la sala, los puntos de resonancia, sabía cómo crear verdaderos efectos especiales. Encima, los fieles tenían un ayuno musical de cuarenta días, obligatorio en cuaresma. Cuarenta días de silencio y de repente tres horas de música sumamente dramática. Un shock emocional calculado. Ahora, sin los sermones hablados, la escuchamos en poco menos de dos horas, en una sala de conciertos (que es un espacio arquitectónico que Bach no conoció), separada completamente de su contexto original, litúrgico, dramático, religioso. Pero eso no quiere decir que no nos interpele, simplemente tenemos que leerla diferente.

Considero importante buscar otras maneras de escuchar y comprender la música: Menos sacralizadas, menos clasistas, más libertinas. Porque en estos tiempos de dominio algorítmico, de economía de la atención, de supercomputación e inteligencia artificial, el desenfreno digital nos está homogeneizando y desafilando la mente. La escucha siempre ha sido sagrada, recordemos que a los dioses se les escucha no se les ve. Por lo menos liberemos eso.

Encontremos pues, nuevas metáforas, nuevos problemas, comparemos lo sagrado con lo profano, pongamos en tela de juicio las tendencias y los éxitos musicales; volvamos a escuchar discos completos, atrevámonos a escuchar cosas nuevas, a liberarnos de las formas de escuchar que nos sugieren las app’s o el consumo de padecería de contenidos en redes sociales.

Si algo he aprendido sobre Bach desde que lo descubrí en mi adolescencia hasta ahora que escribo sobre su vida, obra y milagros, es que era un artesano de la música y de la atención. Estar concentrado en sus pasiones: la música, la lectura, la fe… le permitió construir música como la que vamos a escuchar esta noche. Honremos eso y prestemos atención.

La música sacra vocal de Bach está en alemán, pero tenemos la fortuna de contar con subtítulos (otro recurso compartido entre lo operístico y lo cinematográfico).

Leamos la historia, como en el cine, dejémonos interpelar por la música, por los silencios, por esa puntuación sonora que hace el bajo continuo.

Prestemos atención, se la debemos a Bach.

El lema «Soli Deo Gloria» con el que Bach cerraba sus partituras.