I
La música y la política han estado íntimamente relacionadas desde hace siglos. En la Antigüedad los filósofos se preocupaban por las relaciones e injerencias de la música en las sociedades. Platón y Aristóteles, de diferentes maneras, discutieron la importancia de la música en la moral y en el orden político de la antigua Grecia. Pero fue en el siglo XVIII cuando surgieron cambios sustanciales en el pensamiento y en las artes que la música incorporaría para convertirse en una nueva forma de conocimiento. En 1781 apareció una obra póstuma del filósofo y músico Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) que reflejó las nuevas implicaciones entre música, filosofía y política que estaban gestándose: el Ensayo sobre el origen de las lenguas, subtitulado como Donde se habla de la melodía y de la imitación musical, dedica varios capítulos a analizar el lugar de la música en la formación y el mantenimiento de las sociedades humanas. Este ejemplo, icónico del siglo XVIII, nos muestra que los cambios sociales e históricos en la música no dejan de interesar y apasionar a historiadores, antropólogos, sociólogos, músicos de amplias miras y, por supuesto, a públicos ávidos de profundizar en el conocimiento sobre la música. Si nos importa conocer a fondo lo que escuchamos, para apreciarlo mejor desde distintos ángulos, tendríamos que recurrir a descripciones, discusiones y explicaciones de otras áreas aparentemente alejadas de la música. La literatura, las disciplinas humanísticas y las artes en general, tienen mucho que decirnos sobre la música y sus hacedores. No hay duda que enriquecer nuestro punto de vista sobre la música que escuchamos acrecentará nuestro placer musical.
II
Las décadas finales del siglo XVIII fueron decisivas para la historia de la música occidental. Las formas musicales sufrieron cambios extraordinarios, el estatus de celebridad de los compositores difuminaba la distancia entre compositor y obra, la música comenzó a adoptar una forma narrativa, incluso en la música “pura”, sin texto cantado. La sinfonía fue uno de los terrenos más fértiles para esta transformación. El historiador de la música Ted Gioia y el teórico Charles Rosen coinciden en que «la sinfonía se vio obligada a convertirse en una representación dramática y como consecuencia adquirió no solo algo parecido a una trama, con un clímax y un desenlace, sino también una unidad de tono, carácter y acción que con anterioridad solo había alcanzado de manera parcial»1. Gradualmente, todas las formas basadas en la forma sonata terminarían por adaptarse a esta trascendental transformación.
Hasta la década de 1720 una “sinfonía” no pasaba de ser la obertura de una ópera. Pero, en las postrimerías del siglo XVIII, insólitamente se convirtió en el género instrumental más prestigioso de todos, conformándose como una obra independiente con varios movimientos. Hasta 1800, la sinfonía rivalizó en importancia con la ópera, ya que durante mucho tiempo se consideró a la música sin palabras como un arte menor, un arte incapaz de expresar emociones y sentimientos, al contrario de la música cantada. Esta concepción, que había permanecido durante siglos, cambiaría radicalmente en la época de Beethoven.
Buena parte del éxito de las sinfonías de Beethoven se debe a que en los últimos diez años de su vida la sinfonía se había convertido en una auténtica piedra de toque para compositores y oyentes. Es decir, que la sinfonía comenzó a ser vista como un género para poner a prueba o corroborar las cualidades, sentimientos y apreciaciones musicales del público del siglo XIX. A lo largo de este siglo la sinfonía:
«Se consideraba el género más serio de todos porque evitaba el virtuosismo (a diferencia del concierto) y, a través de sus múltiples y diversas voces, daba pie a la creación de texturas polifónicas. Y la polifonía, por su propia naturaleza, planteaba mayores exigencias a los compositores y a los oyentes que la textura homofónica más simple de una melodía y un acompañamiento subordinado a ella. Además, a diferencia de la sonata o del cuarteto, la sinfonía exigía orquestar con habilidad una amplia variedad de instrumentos. No era un género que los compositores pudieran cultivar a la ligera»2.