Boletín mensual de recomendaciones. Diciembre de 2023
Queridos lectores, los saludo desde una fría noche xalapeña y decembrina. Deben saber que este que les escribe es un acérrimo grinch declarado. El entorno festivo de estas fechas lo percibo cada vez más lejos del amor y más cercano a un tipo de consumo muy especial, muy de nuestra era consumista de todo, las mercancías y sus complejas trayectorias se han sofisticado tanto que nos han tragado, pareciera que ahora ellas nos consumen a nosotros. Las premisas básicas del marxismo ahora aplican a las emociones, los sentimientos, la vida interior de cada uno. Es difícil escapar de esos circuitos, basta con seguir las noticias internacionales y la inquietante realidad social de México para darse cuenta de la dificultad y la necesidad de lo amoroso.
Por eso dedico este boletín, en el que comparto los gozosos descubrimientos de un diletante aspirante a parresiasta, al Amor. Que estas líneas, sonidos, palabras e imágenes sirvan como un acto de resistencia, de anarquismo ante lo que estas fechas representan en estos tiempos aciagos.
Un poema, una canción, un libro y una película. Cuatro soportes distintos exploran el amor no solo desde la visión de sus creadores, sino desde las posibilidades que ofrece cada medio, cada forma de contar y expresar.
Un poema
Supuesto poema de amor (2013)
Ramón Andrés (Pamplona, 1955)
Una línea es un llegar a pensar,
pero no es el pensamiento.
Ni el poema de amor llega a ser de amor;
demasiado estar en el lenguaje.
Tantas veces decir «amar»,
tantas veces decir «no amar».
Solo e pensoso no lleva a la amada,
al amado,
ya no, nadie al otro lado, nadie.
El poema de amor empieza a desamar
en cuanto se escribe: olvida querer,
es cualquiera de los ríos desembocados
al pie de una ciudad con puentes-elegías
y casas
que echan al agua sus luces
igual que redes,
y las retiran después de la cena.
Pasa un albatros,
cae una corteza de abedul.
Esto hace un poema de amor:
se enamora, duerme en los deseos,
–¡cuesta decir esto, John Donne, cuesta decirlo!–,
se hace venir bien la soledad,
saca partido del que será muerte.
El amor no está ahí, está en la carga
de la barcaza escorada en la ría,
en la mesa de trabajo, en la escarcha
que suelta el martín pescador
tras mover las hojas, tras moverlas.
Está
en la costura bien cosida (no vaya a rozar),
en el manicomio de Elizondo
–las espaldas curvas, el pelo cortado igual–,
en los 23º, 5 de inclinación de la Tierra,
en un helecho, con su rizoma y su fronda:
da buen sombreado, te puedes esconder,
oír, bosque arriba, el entrechocar del ciervo
que deja un vaho espeso, azulado,
y va adelgazándose como el rabillo del ojo.
Está en la cimática, en la bisagra engrasada,
en el alero dispuesto para toda estación,
en la mujer que no ha tenido hijos,
y en la que los ha tenido:
todo es igualmente grande,
hay ser también donde no lo hay,
–Tomás de Aquino:
«vivir es más perfecto que ser»–.
No demostrado. No lo sabemos.
Lo que no se ve, lo que llaman vacío,
es un espacio de lo ya terminado,
el amor, el amor, mano de obra
que todavía barre cristales en Hiroshima,
que retira los platos de la Última Cena,
que tira de las botas de Spinoza
para que duerma bien, que duerma bien,
como tú debes hacerlo ahora,
que no esperas un poema de amor,
que no lo esperas. No tengas contienda,
y quien te ame lo haga en silencio.
En silencio, ¿cuántas cosas podemos hacer ahora en silencio? Porque como el mismo Ramón Andrés dijo en una entrevista: el silencio no solo es sonoro, sobre todo es mental. Estamos sumergidos en ruidos mentales. Nuestro tiempo se ha vuelto inexorablemente vertiginoso y ruidoso.
Una canción
Mi carta
Elvira Ríos
La educación emocional que ha generado el bolero no es algo desdeñable, sobre todo en Latinoamérica. La tradición bolerística es rica en detalles emocionales alrededor de lo amoroso, casi siempre desde un lamento, en el peor de los casos una cursilería arrebatada, en otros una inquietante ambigüedad poética. El poeta colombiano Darío Jaramillo Agudelo lo entiende y explica muy bien en su Poesía en la canción popular latinoamericana: